Descripción de la obra
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La Orden de los Abogados surgió de nuestras más
antiguas tradiciones; desde los tiempos de los caballeros de nuestra epopeya
nacional, jamás ha dejado de tener por regla el honor; la tradición de la
Abogacía representa la aspiración continua hacia un ideal más y más elevado, de
generaciones de hombres que, sometidos a los mismos deberes, vinculados a
ciertos hábitos del espíritu, animados de un amor ferviente de su profesión,
han querido que esté gobernada libremente por ellos según las reglas de la
sabiduría; los abogados siempre han estado al servicio de una misma idea: la
defensa; y de un mismo ideal: la justicia. Siempre se han consagrado a hacer de
la justicia, la regla de las relaciones sociales y a proteger a los acusados
contra los errores y las pasiones de que pueden ser víctimas; jamás han dejado
de defender a los desdichados, de apelar a la piedad y a la misericordia que
siempre pueden hacer oír su voz.
La Orden de los Abogados no representa solo un
espíritu, una tradición, días de grandeza y de desgracia; es, ante todo, la
con-ciencia de una responsabilidad colectiva que, en tiempos como los nuestros
en que los acusados vuelven sus miradas desesperadas hacia la justicia, es
mayor que nunca.
Hay en el ejercicio de nuestra profesión una belleza
que pervive y que garantiza su perennidad; queda todo lo que nuestra palabra
contiene de verdad; tiene el raro mérito de poner de manifiesto la superioridad
de la inteligencia sobre la fuerza, del espíritu sobre la materia; los Antiguos
reconocían en el orador algo divino, aliquid divinum, pues estando al servicio
de una causa humana y pasajera, defiende principios eternos y divinos.